En torno a la propuesta de Reforma Laboral que presentó recientemente el Gobierno, se retoman las discusiones sobre cuánto debiera trabajar una persona en Chile. Modernizar el mundo del trabajo, sin embargo, implica no solo mirar cuánto trabajamos, sino cómo trabajamos. Que el 22,5% de las licencias médicas en el país correspondan a trastornos mentales (entre ellos, estrés) nos sugiere que poco servirá flexibilizar las jornadas si se mantienen en las organizaciones las prácticas que están enfermando a nuestra fuerza laboral.
Existen graves falencias en la organización del trabajo. Según DataLab, solo un 26% de las personas tiene un buen nivel de entendimiento de su labor: la mayor parte ejecuta tareas sin comprender su contribución a los objetivos organizacionales, a lo que se suma la percepción de escaso reconocimiento. Esto genera frustración: “somos un número”, suele escucharse.
Además de equilibrar las jornadas, es urgente que las empresas pierdan el miedo a compartir información transparentemente a los trabajadores, y dejen de inhibir su capacidad de aportar. Su miedo está destruyendo valor y sentido. Si esto no cambia, flexibilizar la jornada resultará en que los trabajadores sigan sintiéndose como un número, pero menos horas a la semana. ¿Es eso suficiente?